No sé si os habéis preguntado alguna vez cuáles son los requisitos para ser bibliotecaria (las mujeres aún somos mayoría en la profesión). Si os fiáis de lo que aparece en películas, series o anuncios, quizá penséis que es necesario tener moño, usar rebeca (o cárdigan) y mandar callar a todo el mundo. La rebeca ayuda a no pasar frío (los sitios donde trabajamos no suelen gozar de muy buena temperatura), el moño está completamente demodé y aunque a veces tenemos que mandar callar a la gente, ni nos gusta ni creemos que sea uno de nuestros principales cometidos.
Yo soy bibliotecaria accidental y aunque quizá no os lo creáis, a mi me vino muy bien ser alta y tener las manos grandes. Esos dos rasgos que me alejaban de la imagen de mujer delicada y necesitada de protección, que incluso hacían que los varones de mi edad se sintieran un poco intimidados por mi presencia, me proporcionaban una ventaja evolutiva indiscutible: llegaba sin esfuerzo a los estantes más altos y abarcaba muchos volúmenes con mis manos. Eso me hizo feliz porque empecé a pensar en mí misma como un ejemplar más evolucionado del homo sapiens: yo era un especimen del homo bibliothecarius.
Queda una segunda cuestión por resolver: hay quien piensa que a una bibliotecaria le deben gustar los libros. No puedo decir que esto no sea cierto, ya que normalmente somos buenos lectores y visitantes asiduos de las librerías, además de las bibliotecas, pero el amor a los libros no es el requisito principal para ser bibliotecaria/o, porque todo nuestro trabajo es inútil si no le sirve a la gente.
Así es, si quieres ser bibliotecaria/o tienes que saber tratar con gente de todo tipo: gente que lee el periódico, gente que busca un lugar calentito o fresquito según la época del año, gente que estudia para conseguir el trabajo de su vida, gente que levanta la mirada de un libro o de sus apuntes para encontrarse con la mirada de otra gente, gente que navega usando ordenadores o smartphones, gente que viaja sin salir de la biblioteca, gente que tiene problemas de próstata y viene a utilizar los baños, gente que duerme la siesta apoyando la cabeza sobre la mesa, gente que tiene dudas, gente que llama por teléfono, gente que lleva los libros bajo la axila o se resguarda con ellos de la lluvia, gente que da las gracias, gente que ni siquiera dice hola o por favor, gente que sonríe, gente que exige, gente que no se resigna, gente que está cansada...
En fin, no me hagáis mucho caso, nunca he sido demasiado ortodoxa con esto de las bibliotecas y tengo unas manías muy raras, como preguntarme por qué queremos tanto a Paul Otlet y hemos olvidado a Henri Lafontaine o a qué esperan para llenar la clase vacía de la CDU. Menos mal que no me dedico a escribir manuales de Biblioteconomía.
viernes, 10 de noviembre de 2017
Requisitos para ser bibliotecaria
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